Cuando va a atacar, primero te avisa. Te lo dice sonriendo y, cuando ha terminado, te levanta y te quita el polvo con ternura, te pregunta si te ha hecho mucho daño y cosas así, como un ángel, un ángel desformado. No creas que le importa hacerte daño, aunque si le importa aparentarlo. Es como un largo trago de café granizado, helado, medio dulce medio amargo que irrita los intestinos, sabes que no es sano pero tomas y tomas, y simplemente no puedes parar. No se, en realidad a veces extraño no volver a casa con las medias rotas, las rodillas magulladas, morados y rasguños que tiñen de rojo mi bañera. Ya me lanzo a las calles tan nerviosa y excitada que no los diferencio. Yo no quiero hacerlo como los demás sólo quiero hacerlo igual de mal y amanecer sin ganas de vomitar.
46 días a partir de hoy, sobre el suelo, magullado, derrotado, humillado; vomitaré lo último que quedará de los ecos de una confusión siempre presente. Me levantaré entonces tambaleante e iré trastabillando al encuentro con tus cabellos. Me mirarás con desconcierto, con miedo y asco, pero te lo aseguro, sabrás que soy yo, todas las piezas encajarán y pensarás: es momento de hacer unas cuantas preguntas.
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